Aprender a Escuchar

Aprender a Escuchar

Eugénio Duarte

El que escucha la palabra, pero no la pone en práctica es como el que se mira el rostro en un espejo y, después de mirarse a sí mismo, se va y se olvida cómo es. Santiago 1:23 – 24

Escuchamos mucho sobre la “escucha activa”. El propósito es capacitar a las personas para tener éxito en las relaciones personales, comerciales y sociales. ¿Qué es la escucha activa? Es lo que sucede cuando hacemos todo lo posible para comunicarnos unos con otros para que podamos responder de manera coherente, con los objetivos que se proponen alcanzar las partes involucradas. La escucha activa es indispensable para construir relaciones.

Las Escrituras nos dicen que Jesús enseñó escucha activa, y algunas veces, fue por la forma en que Él escuchaba. Enseñó escucha activa en la parábola del sembrador, tal como se encuentra en tres de los cuatro Evangelios. La forma en que Lucas registra el énfasis de Jesús en escuchar es en si mismo un medio de enseñanza: “Dicho esto, exclamó: El que tiene oídos para oír, que oiga” (Lucas 8:8). Me imagino que Jesús pudo haber hecho una pausa para generar curiosidad antes de levantar la voz para terminar la frase: “El que tiene oídos para oír. . . que oiga”. Quería que todos los presentes entendieran la importancia de escuchar. Sin excusas.

Inevitablemente, los oyentes de Jesús tenían preguntas a media que aprendían a escuchar. Cuando los discípulos le pidieron a Jesús que les explicara la parábola, para ayudarlos a escuchar y comprender mejor, el Señor les respondió. Aquí están sus últimas palabras registradas en esta conversación: “Pero la semilla que cayó en buen terreno son los que oyen la palabra con corazón noble y bueno, y la retienen; y como perseveran, producen una buena cosecha”. (Lucas 8:15).

La escucha activa es un asunto del corazón. Un corazón noble o con buenos principios no solo escucha; retiene la apalabra y produce fruto. Las cosas que confiamos que la mente simplemente las generará no son lo suficientemente seguras, necesitamos guardarlas en nuestros corazones. Cuanto mayor me hago, más estoy aprendiendo esto. Las cosas que le confiamos al corazón para mantenerlas y nutrirnos permanecerán con nosotros durante mucho tiempo. La capacidad humana de seleccionar qué retener y qué soltar es un regalo asombroso. Nuestros corazones hacen un buen trabajo al mantener lo que más valoramos.

En las relaciones amorosas, escuchamos a la gente aconsejar, “escucha tu corazón”. Esto suena como un buen consejo, pero ¿y si el corazón no está donde debería estar? No creo que ningún ser humano se haya dado más cuenta del peligro de escuchar a un corazón defectuoso que el rey David. Sabía muy bien lo que su corazón poco confiable podría hacer con él, así que oró: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu” (Salmo 51:10). Cuando le pidió a Dios que creara un corazón limpio en él, David reconoció por lo menos dos cosas: el corazón que tenía no era bueno y Dios podía reemplazarlo por uno bueno. Pero David no se detuvo allí. Él también sabía que para mantener limpio el corazón, necesitaba el espíritu correcto. Ese es el Espíritu de obediencia: renunciar a cualquier derecho y confiar en Dios para permitir que nuestro corazón siga al Suyo. David sabía que podía ser un oyente activo si respondía conforme al corazón de Dios. A medida que aprendemos a escuchar a Dios, Él da forma a nuestro concepto de nuestra identidad, nos guía en la verdad acerca de Él mismo, de nosotros mismos, de los demás y del mundo. Y Él nos capacita para vivir en obediencia.

Santiago dijo a los creyentes: “No se contenten solo con escuchar la palabra, pues se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica”. (Santiago 1:22) Un corazón limpio, en la oración de David, o un corazón noble y bueno en la parábola del sembrador de Jesús, es lo que necesitamos para poder escuchar activamente a Dios en una relación que forja nuestra identidad y, nos hace y nos mantiene “Santos, porque Él es Santo” (1ª Pedro 1:16)

Eugénio Duarte es Superintendente General de la Iglesia del Nazareno.

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