Inmersos en la Oración

Inmersos en la Oración

Inmersos en la Oración

El Nuevo testamento está lleno de oración. La encontramos en los momentos más dramáticos (Jesús en Getsemaní), los momentos más festivos (El Magníficat de María), los momentos más propicios para la enseñanza (el Padre Nuestro) y los momentos más milagrosos (La alimentación de los 5,000) a lo largo del Nuevo Testamento, aprendemos acerca de personas que oran solas y en grupos, en la desesperación y en la alabanza.

Para ver la importancia de la oración, no necesitamos mirar más allá del propio Jesús. En profunda agonía, en las horas previas a su arresto y crucifixión, lleva a Pedro, Santiago y Juan a Getsemaní para poder orar. Lo único que les pide a estos amigos en ese momento no es que luchen por Él o lo escondan o lo rescaten. En cambio, les pide que estén vigilantes con Él mientras ora. En esas horas cruciales, cuando su “alma está tan triste, hasta la muerte” (Mateo 26:38), la oración es la máxima prioridad de Jesús. Incluso cuando sus discípulos se quedan dormidos, Jesús sigue orando.

Getsemaní no fue para nada la primera vez que Jesús se alejaba para hablar con el Padre. En un momento temprano de su ministerio, Jesús tuvo un día de milagros y enseñanzas poderosas en Capernaúm. Acudieron multitudes y la gente fue sanada e inspirada. Los discípulos parecían ansiosos por hacerlo todo de nuevo al día siguiente, pero esa mañana no pudieron encontrar a Jesús. ¿Dónde podría estar? “Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió de la casa y se fue a un lugar solitario donde se puso a orar” (Marcos 1:35). Lo buscaron y, cuando lo encontraron, exclamaron “¡Todo el mundo te busca!” (Marcos 1:36). El siguiente paso obvio hubiera sido que Jesús se quedara en la ciudad y continuara con el éxito del día anterior sanando y enseñando, pero no tenía intención de continuar sin orar. Después de pasar tiempo con el Padre, tuvo un anuncio sorprendente que hacer: “Vámonos de aquí a otras aldeas cercanas donde también pueda predicar; para esto he venido” (Marcos 1:38). La oración lo cambió y los guio y sus discípulos lo notaron.

Por supuesto que los Evangelios registran solo una fracción de los momentos de oración de Jesús. La oración era una parte importante de la vida diaria para los judíos devotos en esa época, por lo que los escritores de los Evangelios no sentirían la necesidad de registrar la mayoría de los momentos de oración de Jesús, así como tampoco registrarían cada vez que dormía o comía. La oración era parte de su rutina. Al mismo tiempo, también era parte de sus momentos más extraordinarios y trascendentales. Mientras Jesús colgaba de la cruz, mientras su vida se desvanecía, oró lo que quizás sea la oración más desgarradora de la historia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Marcos 15:34).

Jesús no sólo modeló la oración con su propia conducta, sino que también la enseñó directamente. Aunque la somnolencia de los discípulos en Getsemaní representó uno de sus fracasos con respecto a la oración, habían estado mucho más alertas a su importancia el día que fueron a Jesús y le pidieron que les enseñara a orar. Él respondió no simplemente con instrucciones generales, sino con una oración real. El Padre Nuestro, como lo llamamos ahora, se ha convertido quizás en la oración más influyente y más repetida de la historia. Durante siglos, teólogos y filósofos han diseccionado cada frase que contine. Cientos de millones de personas la han memorizado. Cantantes tan diversos como Elvis Presley, Andrea Bocelli, Mahalia Jackson, Barbara Streisand, George Beverly Shea la han grabado como canción en diversas versiones. En cualquier momento, innumerables cristianos en todo el mundo la están recitando. Sus palabras sencillas y directas contienen la esencia de la oración, mostrándonos cómo orar y por qué orar.

Jesús enseñó a sus discípulos a orar, pero también les advirtió cómo no hacerlo. La oración no es una cuestión de poses ni de egocentrismo. “No sean como los hipócritas”, les dice, “porque a ellos les encanta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que la gente los vea” (Mateo 6:5). La oración también es algo más que murmurar sin sentido palabras adecuadas: “Y al orar, no hablen solo por hablar como hacen los gentiles, porque ellos se imaginan que serán escuchados por sus muchas palabras” (Mateo 6:7).

Jesús es sólo uno de los muchos grandes “oradores” del Nuevo Testamento. Desde Mateo hasta Apocalipsis, vemos a personas orando e instando a otros cristianos a hacer los mismo. En Hechos 1, después de la ascensión de Jesús resucitado al cielo, los apóstoles se reunieron en un aposento alto en Jerusalén, junto con otros 120 creyentes ¿Cuál fue su actividad? “Todos, en un mismo espíritu, se dedicaban a la oración, junto con las mujeres, y con los hermanos de Jesús y su madre María” (Hechos 1:14). Cuando la multitud estaba arrojando piedras sobre Esteban debido a su mensaje acerca de Jesús, ¿qué hizo él en los momentos finales antes de su muerte? “Esteban oró y dijo: “Señor Jesús recibe mi espíritu”. Luego cayó de rodillas y gritó: ¡Señor, no les tomes en cuenta este pecado!” (Hechos 7:59-60). Más adelante en Hechos, cuando Pablo y Silas estaban en prisión en Filipos, ¿cómo pasaban el tiempo? “A eso de la medianoche, Pablo y Silas se pusieron a orar y a cantar himnos a Dios, y los otros presos los escuchaban” (Hechos 16:25).

Los escritores bíblicos del Nuevo Testamento no solo pusieron la oración en el centro de sus propias vidas, sino que instaron a sus lectores a hacer lo mismo. Pablo les dice a los tesalonicenses: “Estén siempre alegres, Oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:16-18). Santiago escribe: “Por eso, confiésense unos a otros su pecados y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz” (Santiago 5:16).

Dado que la oración es una práctica obviamente tan buena y necesaria para un cristiano, ¿por qué es difícil para tantos de nosotros practicarla de manera constante? La distracción es uno de nuestros mayores enemigos. ¿Cuántas veces se ha sentado a orar, solo para que todo tipo de preocupaciones, pensamientos perdidos, ruido mental y otras distracciones le saquen del camino? En esos momentos es tentador darse por vencido y decir ‘volveré a orar cuando me sienta más concentrado’, pero ese momento nunca llega. En una de mis clases en la universidad, enseño El Castillo Interior de Teresa de Ávila, un libro clásico sobre la oración, escrito en el siglo XVI. Ella escribe sobre sus distracciones mentales, incluido el terrible dolor de cabeza que experimentaba en el momento en que escribió ese pasaje. Su mensaje al respecto es que te dejes distraer, pero que sigas orando de todos modos. Hay una parte de ti, en lo profundo, que todavía está en comunión con el Padre. Mis estudiantes encuentran esa idea liberadora. Muchos de ellos se han considerado fracasados en la oración. Nunca podrán apartar de su mente todas sus preocupaciones, tareas, textos, fragmentos de canciones, obsesiones y demás ruido mental. Si esperan hasta que eso suceda, nunca orarán. Lo mejor que pueden hacer es pedirle al Espíritu Santo que los ayude, y no darse por vencidos.

El Nuevo Testamento enseña muchas cosas sobre la oración, e incluye muchos tipos de oración: petición, perdón, celebración, gratitud, adoración e intercesión. Pero quizás la lección más importante que enseña sobra la oración es esta: Practícala.

Joseph Bentz es profesor de Inglés y miembro del Personal Docente del Honors College en la Azusa Pacific University.

 

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