Identidad, el Yo y el Salvador

Identidad, el Yo y el Salvador

Identidad, el Yo y el Salvador

Muchos escritos y pensamientos contemporáneos se centran en “el yo".  Somos animados a expresarnos, a encontrar nuestro verdadero yo, a desarrollar la autoestima y una buena imagen de nosotros mismos. Desde hace algunas décadas, esto se ha considerado especialmente importante en la educación de los niños. En lugar del anterior legalismo, con sus estrictas normas, disciplina y la amenaza de castigos por desviarse del camino, los niños deben ser alentados y afirmados positivamente. Como lo enseña el Dr. Spock.[1] 

Pero la actitud "positiva" también pasó a formar parte de la cultura general. Norman Vincent Peale publicó El Poder del Pensamiento Positivo en 1952. El gran filósofo, Bing Crosby, también nos enseñó a "acentuar lo positivo, eliminar lo negativo y aferrarse a lo afirmativo". Ese es el camino hacia un sano sentido de identidad y autoestima.

Frente a esto, gran parte de la predicación cristiana tradicional parecía estar fuera de lugar. El llamado cristiano a la abnegación parecía negativo e incluso destructivo. Si seguir a Cristo significa negarme a mí mismo y tomar mi cruz, ¿no sería esto psicológicamente perjudicial?

Algunos de los himnos antiguos fueron criticados. La pregunta de Isaac Watts: "¿Dedicaría esa sagrada cabeza a un gusano como yo?" se considera ¡"teología del gusano"!. Es hacerse un daño innecesario a uno mismo. Es autodenigración. Hay que rechazar la insistencia en la culpa y el juicio y el enfoque en el juicio y el castigo. En particular, se considera que esta predicación cristiana es perjudicial para los marginados, los oprimidos y los que tienen baja autoestima. Los marxistas, los abolicionistas y las feministas han señalado, con razón, que el llamado Cristiano a la abnegación se ha utilizado con demasiada frecuencia de forma errónea para oprimir a los trabajadores, los esclavos y las mujeres.

¿Qué debemos hacer entonces con el llamado cristiano a la abnegación? Al fin y al cabo, fue el propio Jesús quien dijo: "Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz y me siga" (Marcos 8:34 NVI). Por supuesto, eso no fue lo único que dijo Jesús. También dijo: "Venga a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les dare descanso" (Mateo 11: 28 NVI).

¿Hay una Paradoja aquí?

Tal vez esto sea más profundo. Tal vez la fe cristiana deba verse como la paradoja suprema: la paradoja de la cruz y la resurrección. ¿Podría ser que el antiguo énfasis en la ley y el juicio fuera parte de una profunda lucha con el misterio de la cruz, y la predicación de "Cristo crucificado"? ¡Centrarse en "Cristo crucificado", como escribió Pablo (vea I Corintios 1:23), no puede ser un error!.

Pero quizás puede ser un desequilibrio si no se complementa con un énfasis igual en la resurrección. Al fin y al cabo, cuando Pablo resumió el evangelio que había predicado a los corintios, no solo fue fue "que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras", sino también "que resucitó al tercer día según las Escrituras" (I Cor. 15: 3-4 NVI).

¿Debemos pensar entonces que el evangelio cristiano es intrínsecamente paradójico? Es el crucificado el que resucita inmortal. Es el que está bajo juicio el que es declarado justo. Y ese patrón de morir y resucitar que da forma al evangelio también caracteriza la vida y experiencia del cristiano. Sí, debo negarme a mí mismo, morir con Cristo, perder mi vida. Pero la cruz no era el destino final de Jesús. Era el camino hacia la gloria. Y de igual forma para el cristiano, el propósito de la autonegación es encontrar mi verdadero yo, mi verdadero valor y mi verdadera identidad en Cristo.

Una Dimensión más Amplia

Pero hay una dimensión más amplia aquí. La popularidad de la palabra "yo", en el discurso contemporáneo es parte del enfoque de la modernidad en el individuo. Toda nuestra cultura nos ha animado a pensar en la vida del individuo, los derechos del individuo, la elección individual, la identidad individual. Pensamos en una "persona" como individuo, un "yo" consciente que hay que proteger, cuidar y desarrollar.

Pero la ironía es que los individuos se han clasificado en colectivos: la clase media, los trabajadores, los consumidores, los que dicen que tienen ciertas "preferencias sexuales", la generación Z, etc. Las personas se reducen a estadísticas y el comercio moldea nuestras preferencias mediante algoritmos en internet.

La forma en que los cristianos nos consideramos a nosotros mismos también ha sido influenciada por el individualismo de la modernidad. El verdadero y válido llamado a la fe personal en el Señor "que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gálatas 2:20) se ha transformado en una religión individualista. Nos enseñaron a cantar: 'En el camino de Jericó, sólo caben dos' (Canción: On the Jericho Road). La vida de fe se convirtió en una cuestión de "Jesús y yo".

De hecho, la palabra que a menudo se traduce en las versiones modernas de la Biblia como "yo" es la palabra anthropos, que no significa "yo", sino "humanidad". En el pensamiento hebreo que subyace en el Nuevo Testamento, este no es un concepto individualista, ni colectivo, sino corporativo. Como anthropos, mi naturaleza humana no es una realidad individualista, sino la naturaleza humana en común, que comparto con toda la humanidad. La heredé de mis padres dentro de la disposición del Creador de la familia: padre, madre e hijos. Como recién nacido, mi identidad -lo que soy- fue moldeada por las relaciones dentro de la familia.

Esto significa que si queremos pensar bíblicamente, debemos ver que no somos unos "yo" aislados, individuos que siguen su camino solitario por la vida tratando de crear su propia "identidad" o incluso su propia salvación individualista. Nuestra identidad no está formada primordialmente por el colectivo al que estamos asignados por clase, generación o cualquier otra cosa. Nuestra identidad está formada por nuestras relaciones dentro de la familia. Y sin embargo, por supuesto, esta sigue siendo una identidad pecaminosa, pues no hay familia, ni siquiera la más sofisticada y devote, que no forme parte de la humanidad corporativamente pecaminosa.

Es por esto que la redención ha de ser reformada y remodelada dentro de la familia de Dios, la Iglesia, el cuerpo de Cristo. Porque allí, nuestra alegre y segura comunión no es sólo entre nosotros, sino que es "la comunión del Espíritu Santo", de modo que "nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (II Cor. 13:13 y I Juan 1:3, NVI).

Es en ese contexto trinitario, amado y apreciado, donde aprendemos a negarnos a nosotros mismos y a decir, como dice Pablo de tantas maneras, 'No yo, sino Cristo'.[2] 

T. A. Noble es profesor investigador de teología en el Nazarene Theological Seminary en Kansas City, e investigador principal de teología en el Nazarene Theological College, en Manchester.

 

[1] Vea: Benjamin Spock, Baby and Child Care ( Bebé y Cuidados del Niño) (1946).

[2] Vea II Cor. 4:5; Gal. 2:20; Fil. 3:4-10

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