Regresemos a la Biblia
¿Cuándo fue la última vez que lloramos al leer las Escrituras? Tal vez fue hace muy poco, o quizá pasó tanto tiempo que ya no podemos recordarlo. Hagamos el intento por unos momentos.
Este pasaje es precedido de un logro sin precedentes no sólo de Nehemías, pero de todo el pueblo de Israel. El muro que rodeaba a Jerusalén había sido terminado de reconstruir, pero también se había restaurado el orden y el funcionamiento cívico de la ciudad.
Según los eruditos bíblicos, la práctica de la lectura pública de las Escrituras -afectada por el largo exilio- había caído en desuso, junto a muchas otras costumbres. Lo interesante aquí es que el pedido de que las Escrituras fueron leídas nuevamente, surgió del mismo pueblo.
Esdras era un escriba que se había dedicado -según se acepta- a la edición completa de las Escrituras canónicas. Subido a una tarima a modo de plataforma elevada y flanqueado de asistentes -quizá sacerdotes- comienza a leer en el libro de la ley de Moisés, muy probablemente Deuteronomio. Casualmente, es el mismo el libro que estoy leyendo en mis propios devocionales en estos días. Me emociona pensar que Esdras estaba leyendo tan hermoso libro también hace ya casi 2,500 años.
Se asume que lo que hacían quienes estaban con Esdras eran ayudar en la interpretación y quizá también traduciendo al arameo o aún caldeo para aquellos más jóvenes que no entendían la lectura en hebreo. Entonces, en medio de esas seis horas de lectura, se desata el poder de la Palabra. Una profunda convicción de los pecados nacionales narrados en el libro cae sobre todo el pueblo que estaba reunido y comienzan a llorar en señal de dolor y arrepentimiento.
Nehemías 9-10 dice: Luego Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que interpretaban para el pueblo dijeron: «¡No se lamenten ni lloren en un día como este! Pues hoy es un día sagrado delante del Señor su Dios»… «Vayan y festejen con un banquete… ¡No se desalienten ni entristezcan, porque el gozo del Señor es su fuerza!».
El pesar profundo y la tristeza por el reconocimiento de nuestras faltas, debe dar rápido paso a una gran celebración por la bondad y la misericordia de Dios, mostrada repetidas veces en la historia de su pueblo y en nuestra propia historia. A la fiesta siguió la confesión narrada en el capítulo 9 y el pacto con Dios que quedó escrito en el capítulo 10. ¿Cómo comenzó todo? Cuando el pueblo regresó a la Palabra de Dios.
La Biblia sigue siendo el más grande “best seller”, el libro más impreso y vendido. En muchas hogares hay por lo menos tres Biblias, pero sin embargo, ya los pastores y maestros de escuelas bíblicas no pueden asumir como en el pasado que los cristianos conocen la historia de la creación, o de Sansón y Dalila o de Daniel en el foso de los leones. Los cristianos en promedio, no leen la Biblia o al menos como debieran. Es que en realidad el tema no pasa por si leo la Biblia o no, el asunto es cómo la leo. No puedo leer las Escrituras como veo los titulares de un matutino o lo que se destaca en Facebook. Leer la Biblia debería ser un tema espiritual, por lo tanto debo hacerlo leerla de manera enfocada. Por sobre todas las cosas, debo leerla estando consciente que el Dios creador del universo está ahí, listo para hablarme, para interactuar conmigo y hacerme conocer su voluntad, y -por supuesto- lo más importante, es que debo estar dispuesto o dispuesta a cumplirla en mi vida.
Tras el exilio de Babilonia -una de las más grandes crisis de la historia de Israel, se produce también la más importante renovación de la vida del judaísmo: la mayoría de los libros bíblicos tomaron su forma final en el tiempo que sigue a esa gran prueba que se prolongó por muchos años. Se restableció la relación del pueblo con Dios, se pusieron los fundamentos de la vida del pueblo renacido, comienzan el período de su historia más fecundo. Sin embargo, para lograrlo, fue crucial redescubrir la Palabra de Dios. Igualmente nosotros, si queremos alcanzar logros perdurables y trascendentales ¡debemos regresar a la Biblia!