La Alegría de la Acción de Gracias
Vivimos en un mundo acelerado, de rápido crecimiento, mucha información, muchas posesiones materiales y muchos derechos asociados con nuestro sueños y deseos. Cada ves más egocéntricos caminamos por la calle y es fácil no notar a las personas con semblantes pesados, miradas perdidas y sonrisas vacías. Vivimos con muchas expectativas y tratamos de encontrar la felicidad para alcanzar la ansiada alegría de vivir.
La alegría es una emoción que forma parte de la estructura psíquica del ser humano.
Cuando hablamos de la alegría de la Acción de Gracias, entendemos que dar gracias promueve la alegría. Por otro lado, el hecho de que estemos felices nos impulsa a expresar nuestra acción de gracias. Si la alegría es una emoción, la acción de gracias sería una actitud porque se refiere a acciones prácticas dirigidas a la fuente responsable de la alegría que se sintió.
Algunas escuelas de pensamiento argumentan que la alegría es una manifestación involuntaria sobre la que no tenemos control. El mundo enseña que la alegría está asociada a las cosas adquiridas y es una actitud de gratitud condicionada, consecuencia de algo recibido. Sin embargo, en 1 Tesalonicenses 5:16-18, Pablo nos exhorta a alegrarnos en todas las circunstancias, donde la alegría aparece como una recomendación, como un mandamiento acompañado de oración y acción de gracias.
Las escrituras nos manda a ser agradecidos, una práctica necesaria para desarrollar la actitud que Dios desea para cada ser humano. Sabiendo que el gozo es una necesidad intrínseca de cada persona, la Biblia enseña activamente la acción de gracias desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento. Y el acto de acción de gracias implica decisión, actitud y expresión práctica del sentimiento de gratitud interior por el beneficio adquirido. De hecho, vivir en una postura de acción de gracias puede resultar en una actitud de celebración que influirá directamente en nuestros sentimientos sobre la vida cotidiana. También impacta la forma en que enfrentamos los desafíos que se nos presentan a lo largo de la vida en todos los ámbitos que la componen.
Consideremos tres resultados que pueden destacarse como reflejo de la alegría que produce la acción de gracias. El primer resultado es que la alegría de la acción de gracias estimula la esperanza y la fe. El cumplimiento de un logro trae alegría y esta alegría nos lleva a esperar más y a proyectarnos más allá de lo que vemos. Por lo tanto, alimenta nuestra fe. Un segundo resultado es que una actitud de acción de gracias fortalece la confianza en Dios y restaura la fuerza del creyente. Cada logro registrado nos ayuda a ver la grandeza del poder de Dios y el fruto del ejercicio de nuestra fe, permitiéndonos depender más de Dios en la certeza que Él “es más poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:20). Un tercer resultado es que la alegría de la acción de gracias impulsa la audacia y la determinación de quien la experimenta. La alegría que produce la gratitud se convierte en un combustible que alimenta nuestra audacia y nos ayuda con determinación a alcanzar lo que está más allá.
Al reflexionar sobre los tres aspectos mencionados anteriormente, una vez más se puede decir que la alegría a la se refiere la Palabra de Dios es mucho más que un estado de euforia. Más bien, la alegría se refiere a un profundo goce y satisfacción, una expresión de placer y deleite, recomendada en la Palabra de Dios como mandamiento. Curiosamente, en Gálatas 5:22, cuando Pablo enseña sobre el fruto del Espíritu, la alegría se indica inmediatamente después del amor. El fruto del Espíritu a desarrollar en la vida de cada uno se refiere a los rasgos de carácter necesarios para la práctica de la vida santa. La alegría que se traduce en gozo, es tan relevante que Pablo lo enumera como un requisito fundamental para el desarrollo del carácter cristiano.
Como creyentes, necesitamos cultivar la alegría a través del Espíritu santo que nos lo da. Desde el momento en que la alegría se instala en nuestra vida, se vuelve parte de nuestro ser y cambia nuestra perspectiva sobre cómo enfrentamos las cosas. Cuando experimentamos la alegría de la acción de gracias, podemos mirar con positivismo los desafíos y podemos hacer una lectura optimista de los hechos. Vivir con un corazón alegre nos permite valorar los pequeños detalles de nuestra vida, observando cada circunstancia sin importar su grandeza o trascendencia. Todo es importante. Finalmente, esta alegría se convierte en declaración de victoria, porque refleja una actitud de fe y confianza en Dios, que mueve a la persona a continuar el camino.
Al considerar eta discusión acerca de la actitud de gratitud, surge una pregunta: ¿Es la alegría la que da lugar a la acción de gracias o es la acción de gracias la que genera alegría? El Salmo 126:3 dice: “Si, el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros, y eso nos llena de alegría”. Entendemos que la acción de gracias es el reflejo de la alegría por la bondad de Dios para con nosotros; es una consecuencia. Sin embargo, Filipenses 4:6 nos recuerda: “Nos e inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias”. Este versículo sugiere que la acción de gracias debe ocurrir independientemente de si ya se ha experimentado la alegría o no. Independientemente de cuál precede a la otra, el hecho es que la alegría y la acción de gracias siempre parecen ir juntas, convirtiéndose en complementarias. Ambas son necesarias para vivir de la manera sana y equilibrada que Dios desea para sus hijos. El libro de Proverbios señala que “El corazón alegre se refleja en el rostro” (Proverbios 15:13). Filipenses 4:4 nos amonesta: “Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense!
La gratitud se traduce en acciones motivadas por la alegría de vivir como hijo de Dios. Esta alegría supera el dominio de las simples emociones que reflejan la satisfacción del ser humano, asumiéndose como un rasgo de carácter y estilo de vida. La alegría que brota de un corazón lleno de acción de gracias tiene una fuente específica que se convierte en el objeto mismo. Jesús es la fuente de alegría, el objeto de nuestra acción de gracias y el destinatario de nuestra alabanza: “Porque todas las cosas proceden de Él, y existen por Él y para Él, ¡A él sea la gloria por siempre!. Amén” (Romanos 11:36).
Leniza Monteiro Soares es la superintendente de distrito del Distrito de Cabo Verde.