Orando los Salmos: Un Portal a las Grandes y Preciosas Promesas de Dios
El 24 de mayo de 1738 fue un día que cambió el mundo. John Wesley “muy a regañadientes” fue a una reunión en la calle Aldersgate cuando “un cuarto antes de las nueve”, recordó, “sentí que mi corazón se calentaba extrañamente”. En un instante, había recibido lo que había buscado y no había encontrado durante una década: ¡La seguridad profunda y permanente del perdón y la libertad de todo pecado! Salió adelante de esa experiencia para alterar el destino de Inglaterra, América y las partes más lejanas del mundo. La existencia misma de la Iglesia del Nazareno es un resultado de se momento a las 8:45 p.m.
Lo que quizás no sepamos es lo que ocurrió antes de la experiencia de Wesley de aquella noche. A las 5:00 a.m. de esa mañana, abrió su Biblia en 2 Pedro 1:4 y leyó: “Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas ustedes sean hechos participantes de la naturaleza divina”. Esto parecía establecer un sentido de anticipación de que Dios iba a cumplir ese clamor de su corazón que duraba ya una década. Más tarde en la tarde, por la providencia de Dios, fue invitado a asistir a un servicio en la Catedral de San Pablo en Londres. Durante ese servicio, fue golpeado por la fuerza del Salmo 130 y lo escribió completo en su diario ese mismo día. Dios había dicho en el Salmo lo que estaba a punto de lograr en el corazón de Juan Wesley: “De lo profundo de mi ser clamo a ti, oh Señor. Señor, escucha mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica . . . porque en el Señor hay amor inagotable y en él hay abundante redención. Él mismo redimirá a Israel de todos sus pecados” (Salmo 130: 1-2, 7-8).[1]
Juan Wesley no es el único que se beneficia de las poderosas oraciones de los Salmos. En 1557, Juan Calvino escribió su prefacio a los Salmos: “Me he acostumbrado a llamar a este libro . . . ‘Una Anatomía de todas las Partes del Alma’; porque no hay una emoción de la que cualquiera pueda ser consciente que no esté aquí representada . . . todos los dolores, penas, miedos, dudas, esperanzas, preocupaciones, perplejidades . . . “[2]
En 1531 Martín Lutero, en su introducción a los Salmos, escribió: “El Salterio es el libro de todos los santos; y todo el mundo, en cualquier situación en que se encuentre, encuentra en esa situación salmos y palabras que se ajustan a su caso, que le convienen como si estuviera puesto allí solo para él, para que él mismo no pudiera decirlo mejor, ni encontrar ni desear algo mejor.[3]
No son solo los grandes santos del pasado quienes han encontrado en los Salmos la guía definitiva para la oración. Algunos de los escritores más influyentes de los últimos 100 años, como Dietrich Bonhoeffer, Eugene Peterson y Thomas Merton, recurrieron a los Salmos para sondear las profundidades de la presencia de Dios a través de la oración. Thomas Merton abrió su libro con la pregunta: “¿Por qué la Iglesia siempre ha considerado los Salmos como su libro de oración más perfecto?”[4]
Quizás una respuesta está en el contenido de los Salmos. De manera más simple, los Salmos pueden entenderse como peticiones, alabanzas y preceptos. Talvez sea la combinación de estos tres elementos lo que crea una vida de oración bellamente equilibrada.
Todos sabemos lo fácil que es permitir que nuestras oraciones solo sean una lista de peticiones. Dietrich Bonhoeffer señala: “La riqueza de la Palabra de Dios debe determinar nuestra oración, no la pobreza de nuestro corazón”[5]. Orar los Salmos nos brinda la oportunidad de presentar nuestras peticiones ante el Señor, y si, nuestras peticiones son importantes.
Orar los Salmos también asegura que brindemos alabanzas al Señor, independientemente de nuestras emociones o circunstancias. El Señor habita en las alabanzas de su pueblo (Salmos 22:3). Cuando alabamos al Señor, lo magnificamos (Salmo 69:30). Su poderosa y magnificada presencia habita nuestras alabanzas para sacarnos de nuestras dificultades y ansiedades.
Finalmente, los preceptos del Señor le brindan la oportunidad de hablarnos. ¿Qué tipo de relación tendríamos si nuestras oraciones fueran conversaciones unidireccionales? ¿Quizás has experimentado la falta de profundidad de una relación cuando la otra persona es la que habla y parece desinteresada en cualquier cosa que tengas que decir? Orar los preceptos de los Salmos significa que el Señor escuchará mis peticiones y, quizás aún más importante, yo escucharé Su voz mientras el Dios del universo me da Su rico consejo y verdad para mi vida hoy . . .
No solo clamamos a Dios en los Salmos . . .
¡En los Salmos, Dios clama a nosotros!
La segunda respuestas a la pregunta de Thomas Merton es quizás la más importante para mí. Cuando oramos los Salmos, oramos “con” Cristo. Jesús mismo usó palabras y oraciones de los Salmos durante Su ministerio terrenal. Qué rica y bendecida comunión tenemos cuando oramos “con” nuestro Salvador. Pero aquí está la forma más profunda en la que los Salmos son el portal hacia las preciosas y grandísimas promesas de Dios. Debido a que Cristo es la “Palabra” (Juan 1:1-2, 14) y los Salmos son la “Palabra” de Dios, no solo oramos “con” Cristo, oramos a Cristo mismo mientras clamamos los Salmos. Creo que esto puede ser lo que Pablo tiene en mente cuando nos insta a “orar en el espíritu en todo tiempo y para toda ocasión” (Efesios 6:18).
Hay un poder inmenso en la “Palabra” de Dios. En el relato de la creación, Dios “dijo” y la creación se formó. No fue que Dios “dijo”, y así, porque Él lo ordenó, las fuerzas se pusieron a trabajar para crear el mundo. Su “Palabra” creó. Y mientras oramos la “Palabra” en los Salmos, oramos Su poder único en nuestras vidas y nuestras circunstancias. Estas no son simplemente nuestras palabras; estas son Sus Palabras. ¡Y, siendo Sus palabras, reúnen Su poder para crear, cambiar, transformar! ¡Oh, la majestad y el poder de orar la Palabra de Dios! ¡Que regalo son los Salmos para Su pueblo! ¡Gloria a Dios!
Mientras Juan Wesley oraba la Palabra del Salmo 130, Dios desató Su poderosa Palabra para hacer aquello por lo que Juan Wesley se había esforzado y buscado durante una década, pero que nunca logró. La Palabra creó su corazón “extrañamente cálido” y la seguridad profunda y permanente del perdón y la libertad de todo pecado.
¿Qué podría lograr el Señor en tu corazón al comenzar a orar los Salmos? ¿Qué profundidad crearía Él en tu alma al orar sus peticiones, alabanzas y preceptos? ¿Qué promesa sumamente grande y preciosa podría Él traer a medida que oras no solo “con” Cristo, sino que literalmente oras la Palabra, Jesucristo, por tu mundo hoy?
Stan Reeder es director Regional de la Iglesia del Nazareno en la Región de EE.UU. / Canadá.
[1] John Wesley, Las Obras de John Wesley, (3ra Edición), Vol 1: “Diarios,” (Kansas City: Beacon Hill Press, 1978), 103.
[2] John Calvin. La colección completa de comentarios bíblicos de Juan Calvino (Kindle Locations 88756-88759). Kindle Edition.
[3] Martin Luther, Obras de Lutero, Vol 35: “Palabra y Sacramento 1,” (Philadelphia: Muhlenberg, 1960), 256.
[4] Thomas Merton, “Orar los Salmos,” (Eastford, CT: Martino Publishing, 2014), 7.
[5] Dietrich Bonhoeffer, Los Salmos: El Libro de Oración de la Biblia, (Minneapolis: Fortress Press, 1974), 15.