La Pregunta Correcta sobre la Adoración

La Pregunta Correcta sobre la Adoración

El próximo año será mi trigésimo año enseñando en universidades o seminarios, lo que significa que también comenzará mi trigésimo año leyendo evaluaciones de estudiantes. A ningún profesor le encanta ser evaluado. Algunas evaluaciones del curso son útiles. Otras no tanto. Quizás mi evaluación estudiantil favorita a lo largo de los años fue una breve que decía: “Este curso es demasiado difícil para el estudiante que no lee libros”. A menudo comparto el comentario de ese estudiante al comenzar un nuevo semestre, pero mis estudiantes rara vez entienden la broma.  Nadie se ríe. Sin embargo, cada vez que comparto esa evaluación con colegas de la facultad, inmediatamente se echan a reír. Solo un estudiante universitario podría considerar que existe un estudiante que no lea libros.

Después de algunos años de leer evaluaciones poco útiles de los estudiantes, comencé a pedirles un favor a mis estudiantes. Desde hace varios años, los he alentado a no evaluar la clase con esta pregunta en mente: “¿Me gustó este curso?” No me malinterpreten, como todo profesor, quiero que los estudiantes disfruten de la experiencia de aprendizaje. Espero que animen a sus amigos a tomar mi clase de teología el próximo semestre. Sin embargo, mientras planificaba las clases, creaba tareas y elegía libros de texto, realmente no me preguntaba si a los estudiantes les guastaría hacer todas estas cosas. Estoy seguro que si no asignara estos materiales y calificara a los estudiantes por su trabajo, no harían, no leerían, ni se sentarían a leer estas cosas por su propia voluntad. Entones les digo las preguntas que deberían hacerse cuando completan su evaluación: “¿Este curso hizo en mí lo que debería haberme hecho? ¿Fui moldeado a través de este curso de la manera en que debería haber sido moldeado?” Una evaluación basada en estás preguntas es significativamente más útil para mí como profesor que simplemente preguntar si les gustó algo o no.

Menciono esta historia sobre los estudiantes en un artículo sobre la adoración porque he comenzado a hacer preguntas similares a las personas que asisten a las clases de membresía de la iglesia. Les digo a los nuevos asistentes: “Por favor, no se unan a esta iglesia simplemente porque les gusta. Supongo que de alguna forma, la adoración en esta iglesia resuena de alguna manera en usted o no estaría explorando el hacerse miembro de ella. Sin embargo, la pregunta que prefiero que se haga es esta: ¿Mi participación en la adoración de esta iglesia me está haciendo las cosas que debería hacerme? Si me entrego durante los próximos meses o años a las prácticas de esta comunidad de adoración, ¿Seré sometido a prácticas que me ayuden a formar en mi el carácter de Cristo, que Dios anhela que tenga?

Como esta edición reflexiona sobre la adoración, estoy convencido de que ese es el tipo de preguntas que deberíamos hacernos. La pregunta clave relacionada con la adoración es, ¿En qué manera está formándonos la adoración?

Al pensar profundamente en esa pregunta, también debemos reflexionar sobre varios aspectos de la naturaleza de la adoración. Primero, la adoración es más que lo que cantamos. Casi todo lo que hacemos cuando nos reunimos tiene algún aspecto de adoración. Desafortunadamente, en muchas iglesias actuales, la palabra adoración se ha convertido en sinónimo de canto. Obviamente, el canto es un aspecto importante de la adoración. Las palabras poéticas sobre Dios puestas en música a menudo se convierten en la teología de nuestra imaginación, la teología grabada en los más profundo de nuestros huesos. Cualquier conversación sobre la adoración debe incluir la música de la iglesia. Sin embargo, cuando nos reunimos para adorar, hay muchos aspectos de esos momentos sagrados que nos forman. Estamos llamados a adorar. Nos transmitimos la paz de Cristo unos a otros. Confesamos nuestros pecados juntos. Recibimos juntos la seguridad de la gracia de Dios. Ofrecemos nuestras oraciones y peticiones al Señor. Venimos preparados para dar de la abundancia de lo que Dios nos ha dado. Somos formados al escuchar y proclamar la Palabra. Celebramos la llegada de la nueva creación a la vida de las personas cuando entran en las aguas del bautismo. Somos nutridos y edificados por los medios de gracia disponibles en la Cena del Señor. Y somos bendecidos y enviados como cuerpo de Cristo, de regreso a nuestros hogares y vecindarios, para el bien del mundo. Esta es solo una lista parcial de las prácticas que regularmente dan forma a nuestras vidas juntos.

En segundo lugar, la mayor parte de la adoración ocurre fuera del santuario y de nuestros tiempos establecidos para la adoración comunitaria. Cadad día participamos en varias prácticas y rituales que forman nuestra imaginación, influyen en nuestras lealtades y nos enseñan qué amar. El filósofo James K.A. Smith llama a estos diversos rituales y prácticas liturgias culturales. El apóstol Pablo las describe como la multiplicidad de formas en que el mundo está tratando de “amoldarnos” (Romanos 12:2). En los últimos días, es común que académicos y pastores lamenten el impacto del consumismo, el materialismo, el nacionalismo y la politización divisoria en la iglesia. Estos son de hecho problemas. Sin embargo, no llegamos a materializar estos problemas por casualidad. Tomó horas y horas de ver comerciales, comprar en línea, participar en rituales nacionalistas, ver noticias por cable, escuchar las noticias airadas de la radio y ser formados por el eco de las redes sociales, para llegar a este camino.

Cuando descubramos que la adoración es una palabra que abarca todo y que describe las muchas prácticas que forman nuestro amor y dirigen el compromiso de nuestros corazones, tendremos que comenzar a prestar atención a todas las formas en que las cosas que hacemos nos enseñan qué cosas debemos amar. No puedo evitar pensar aquí en el libro bíblico de Daniel. El libro narra de una manera hermosa y creativa los desafíos de la vida de Daniel y sus amigos mientras viven en el exilio en Babilonia. El problema principal para Daniel y sus amigos no era que Babilonia fuera opresiva (aunque, como todo imperio, a veces podría ser así). El principal desafío para Daniel en el exilio fue que Babilonia era atractiva. Cuando vives en Babilonia, tu principal preocupación no es que tus hijos sean asesinados por el imperio; es que dejarán de ser el único pueblo de Dios que vive en Babilonia y, en cambio, simplemente se volverán babilónicos. Si Daniel y sus amigos comen en la mesa del rey por mucho tiempo, comenzarán a creer que Nabucodonosor, y no Dios, es la fuente de su provisión. Si juran lealtad a la imagen del rey todos los días, pronto llegarán a imaginarse principalmente como ciudadanos de Babilonia. Si pierden sus prácticas sagradas, diarias y ordinarias, probablemente perderán la forma única en que ven, interpretan y viven dentro de un mundo complicado. La adoración apropiada nos enseña como interpretar el mundo correctamente.

Y finalmente, debido a que el mundo está tratando de meternos en su molde, nuestra adoración debe ser intencional y contraria a lo establecido. Si estamos involucrados en la sagrada responsabilidad de planificar en oración la adoración del cuerpo de Cristo, debemos reflexionar cuidadosamente sobre cómo las diversas prácticas de adoración nos están formando (o contra formando). El contenido de nuestra adoración ciertamente importa. Sin embargo, las formas no son neutras, la forma de nuestra adoración también importa.

Si pudiera dar un ejemplo, creo que el lenguaje que usamos en la adoración también es una de las formas o aspectos que importan. En la mayoría de nuestros lugares de adoración, hay un espacio elevado en el frente. En la adoración, el lenguaje que le damos a este espacio elevado es la plataforma y no el escenario. Los escenarios son espacios donde los actores actúan y los artistas entretienen. No tengo ningún problema con los escenarios. Me encanta asistir al teatro y a los conciertos. Pero los que dirigen al pueblo de Dios en la adoración no son ni actores ni artistas; son líderes de adoración. No entretienen desde un escenario, sino guían al pueblo de Dios a la adoración desde la plataforma.

El salón en el que se reúne el pueblo de Dios no es un auditorio, es un santuario. Nuevamente, no tengo nada en contra de los auditorios o estadios. Cumplen importantes propósitos comunitarios. Aun así, el pueblo de Dios se reúne en un espacio santificado por la presencia única de Cristo en medio de nosotros. Entramos en el santuario, como cuando Juan en su visión entra en la sala del trono, en los capítulos cuarto y quinto de Apocalipsis, para recordar que Aquél que está sentado en el trono está en el centro de todas las cosas y es digno de nuestra alabanza.

Y las personas que están reunidas no son la audiencia. Puedo entender cómo nos confundimos. Si pensamos en la sala como un auditorio y el frente como un escenario, cuando se apagan las luces y comienza la producción, es natural que las personas crean que son la audiencia. Ellos no lo son. Ellos son la congregación. Si hay una audiencia en un servicio de adoración, la audiencia es Dios. Una vez más, la pregunta que deben hacerse tanto los que están en la congregación como los que planean la adoración no es: “¿Le gustará a la gente?” (No son una audiencia que estamos tratando de entretener). Más bien las preguntas que debemos hacernos son: “¿Será Dios glorificado?” y “¿Las prácticas en las que participamos nos trasnformarán en el reflejo de Aquél a quién hemos venido a honrar y recibir?”.

La adoración importa. De alguna forma, siempre estamos adorando. Por lo tanto, debemos dedicarnos diaria y semanalmente a aquellas prácticas que mejor nos moldeen a la imagen de Cristo. La pregunta no es, “¿Te gusta?” La pregunta es: “¿Las formas en que adoras te están formando para ser el discípulo que has sido llamado a ser?”.

T. Scott Daniels es pastor principal de la Iglesia del Nazareno en la Universidad Nazarena en Nampa, Idaho, EE.UU.

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