Encontrando el Corazón de Dios
Mis cuatro hijos te dirían que la empatía no es uno de mis dones espirituales de mamá. Abundan las historias sobre mi actitud de Laissez-faire (expresión francesa para una actitud de “dejar hacer, dejar pasar”) cuando se trataba de percances por crecimiento: todo, desde rodillas raspadas hasta romances de secundaria que no salieron bien. (Bueno, hubo un ocasión en que mi hijo y yo imaginamos un plan para asesinar al perro del vecino después de que atacó a mi hija menor. Ambos sentíamos su dolor, pero no estoy segura de que esto califique).
A medida que he ido creciendo he llegado a creer que la empatía, la capacidad de comprender y compartir los sentimientos de los demás, es central en el Corazón de Dios. una y otra vez en los Evangelios, encontramos a Jesús “Viendo” a las personas a su alrededor no solo con los ojos, sino con un corazón que sabe, entiende y se identifica. De hecho, un aspecto para apreciar plenamente la expiación es contemplar el carácter compasivo de Dios, ya que no solo se identifica con Sus Hijos, sino que también los representa (Juan 1:19). A través de esto, llegamos a entender que el Dios de la Biblia es un Dios de acción. Hace más que empatizar, Él interviene. Además, Él desea que nos identifiquemos con él en lo que ha hecho pro nosotros en la cruz. He aquí un gran misterio de la fe: sacrificarse por los demás.
Capté un destello de este misterio durante el otoño de 2022 mientras esperábamos que mi nieto de 9 años recibiera un riñón para un trasplante muy necesario. A media que los días que marcaban el tiempo se fundían unos con otros, reflexionamos sobre la incómoda verdad de que nuestro mayor milagro, sin duda, vendría como resultado del dolor más profundo de otra persona. Los caminos de Dios son insondables. Su entendimiento inescrutable. El regalo de la vida para uno a costo del final de la vida para otro.
Los escritores de esta edición de julio/agosto de Holiness Today nos recuerdan que aunque nunca entenderemos completamente las implicaciones del sufrimiento, siempre estamos llamados a “encarnar la presencia sanadora y compasiva de Dios entre los que sufren” (Jorge Julca, p. 11). “Qué gloriosa misión”, prosigue, “porque ponerse en el lugar del otro será siempre mostrar el amor redentor de Dios”.
No podemos cumplir esta misión del Reino solos; adquirimos corazones de empatía y la voluntad para actuar, en el contexto de una comunidad de creyentes. Nell Sweeden nos anima cuando dice que “dos cosas suceden cuando nos reunimos en el nombre de Jesús para ser formados en el Cuerpo de Cristo: cada uno de nosotros somos trasformados y somos enviados al mundo para transformarlo por el amor de Jesús” (p. 7).
En las páginas siguientes encontrarás historias de transformación y advertencias aleccionadoras. Tengo el desafío y la inspiración de aprender de nuevo lo que significa ser las manos y los pies de Jesús para mis vecinos cercanos y lejanos. Creo que tú también lo tendrás.
Siempre Creciendo
Bonnie Perry