Una Comunidad Nacida por Gracia
Entretejida a lo largo de los testimonios del Antiguo Testamento está la convicción de que el Señor por su gracia inició y estableció libremente una relación única con la comunidad llamada Israel. Frecuentemente descrita en términos de pacto, esta relación entre Dios y el pueblo encuentra su expresión más común en las palabras de validación del Señor: “Yo seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo” (Levítico 26:12). Cuando nuestros antepasados bíblicos hablaron de estar “relacionados correctamente” con Dios y entre ellos a través de este pacto, usaron palabras derivadas de una sola raíz hebrea: ts-d-q. a menudo traducimos palabras derivadas de esta raíz como justo/rectitud o como justificar/justificación. Si bien estas dos traducciones parecen reflejar ideas diferentes, el Antiguo Testamento usa esta única raíz para transmitir la idea de una relación correcta. En otras palabras, para nuestros antepasados, ser justos o justificados significaba estar en una relación correcta, la justificación es el acto o proceso por el cual tiene lugar una relación correcta.
Nuestros antepasados bíblicos confiaban en que la relación de pacto del Señor con ellos únicamente ocurrió por la gracia divina. Nada en su propia fuerza, logro o mérito justificaba su pacto con Dios. Mirando hacia atrás desde nuestra perspectiva teológica, podemos identificar esta acción de Dios como la gracia que justifica. Dentro del contexto del Antiguo Testamento, podemos apropiadamente llamar a esta acción gracia del pacto. De cualquier manera, la relación correctamente ordenada entre Dios y las personas no es por el esfuerzo humano, sino solo por la gracia divina.
Gracia del Pacto Extendida a Abraham, Sara y Sus Descendientes
En la narración bíblica general y mucho antes del momento decisivo del pacto en el Sinaí, la historia de Abraham y Sara resonó en la vida de las generaciones posteriores. Al ser testigos de la gracia de Dios que había llamado, prometido y guiado a esta pareja sin tierra y sin hijos, las generaciones posteriores vislumbraron la actividad de la gracia de Dios que estableció una relación correcta a través del pacto. En su viaje nómada hacia un futuro desconocido, Abraham y Sara lucharon por confiar en el Señor quien les había prometido descendencia. En medio de la lucha de Abraham en Génesis 15, este nómada sin hijos cuestionó a Dios con respecto a un heredero: “Oh Señor Dios, “¿para qué vas a darme algo, si aún sigo sin tener hijos?” (v2). Hasta donde sabía Abraham, la única posibilidad sería su siervo Eliezer. En respuesta a la pregunta de Abraham, el Señor lo invitó a mirar el cielo oscuro y lleno de estrellas, diciendo: “Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas, a ver si puedes. ¡Así de numerosa será tu descendencia!” (v5). En respuesta a la actividad de la gracia del Señor y la promesa en su vida, Abraham simplemente creyó. Su confianza en el Dios que había pronunciado estas palabras de promesa fue considerada o estimada como una relación correcta con Dios.
En la escena final de este encuentro entre Dios y Abraham en Génesis 15, el Señor fue el único que inció y estableció una relación de pacto con Abraham y sus descendientes. La gracia del pacto ocupó un lugar central cuando la presencia de Dios, representada por el fuego y el humo, pasó entre los pedazos de los animales sacrificados. El Señor asumió toda la responsabilidad de iniciar y comprometerse con la relación de pacto entre el Señor y Abraham. Este pacto correctamente relacionado fue establecido solo por la gracia divina. Generaciones más tarde, el apóstol Pablo recordó este momento como el estándar para una correcta relación con Dios (Romanos 4:1-3).
El Momento Decisivo de la Gracia del Pacto de Dios en el Sinaí
Siglos después de Abraham y Sara, los ecos de esta historia del pacto de Dios con Abraham, Sara y sus descendientes resonaron en las vidas de los esclavos hebreos cuando se apresuraron a salir de Egipto en masa y llegaron a las orillas del mar rojo. Con los ejércitos del Faraón detrás de ellos y el mar que amenazaba la vida frente a ellos, la situación parecía desesperada. De repente, del este vino un viento poderoso que dividió el mar caótico por la mitad. Saliendo de sus aguas de nacimiento como un pueblo recién nacido, estos antiguos esclavos se convirtieron en una comunidad de seres humanos emancipados. En respuesta, Miriam tomó su pandereta y guió a las mujeres en cantos y danzas: “Cantad al Señor, que se ha coronado de triunfo arrojando al mar caballos y jinetes” (Éxodo 15:21). Con este testimonio de liberación misericordiosa de Dios, nació la comunidad de fe.
En los días que siguieron a este momento decisivo, la comunidad recién nacida comió pan dado por Dios y bebió agua provista por Dios. Cuando el pueblo llegó al pie del monte Sinaí, el Señor los incorporó a una familia del pacto, una comunidad correctamente relacionada con Dios y entre sí. Los esclavos una vez huérfanos que no eran un pueblo fueron adoptados en la casa del Señor como una posesión preciada sobre todas las familias de la tierra (Éxodo 19:3-6). De hecho, el Señor se convirtió en su Dios y ellos se convirtieron en el pueblo del Señor.
Concebido por la gracia precedente de Dios a través del llamado de Dios a Abraham y Sara (Génesis 12:1-3), la comunidad brotó ahora de las aguas como un pueblo liberado que entró en pacto con el Señor y entre sí, no por su propio ingenio, fuerza o mérito, sino por la voluntad de Dios, la gracia del pacto únicamente. En su cautiverio, este pueblo no pudo librarse a sí mismo; sin embargo, el Señor misericordiosamente los rescato. En su hambre y sed, no podían hornear su propio pan ni cavar pozos lo suficientemente profundos para encontrar agua; sin embargo, el Señor misericordiosamente los alimentó. Como huérfanos sin un dios y vagabundos sin rey, no pudieron persuadir ni a los dioses ni a los reyes para que les dieran la bienvenida; sin embargo, el Señor los adoptó en su gracia como hijos del pacto divino. Sus propios esfuerzos no los habían llevado a esta relación de pacto, solo el compromiso y el amor de Dios por esta comunidad podían llevar a cabo un acto tan milagroso (vea las palabras de Moisés al pueblo en Deuteronomio 8:17-18). De hecho, el Señor vino a ellos antes que ellos vinieran al Señor. Por gracia fueron librados; por gracia fueron nutridos; por gracia entraron en una relación de pacto con Dios y entre ellos.
El Regalo Misericordioso de la Ley y el Perdón
Nuestros antepasados bíblicos testificaron de otro don divino que estaba directamente relacionado con el pacto. Este don de la ley del Señor no era una alternativa a la gracia del pacto; era una parte integral de la gracia del pacto. Habiendo sido adoptada como la familia del pacto del Señor, ¿Cómo sabría esta comunidad las formas en que debía practicar y encarnar su identidad en este pacto? El Señor no había dejado al pueblo desamparado. Creyeron fervientemente que Dios, en su gracia les había dado palabras y estatutos, ordenanzas y mandamientos, prácticas y disciplinas mediante las cuales podrían encarnar y nutrir su identidad de pacto. Creían inequívocamente que la liberación y el pacto de la gracia de Dios precedieron la promulgación de la ley. Estaban profundamente conscientes de que nacieron en la comunidad del pacto solo por gracia y no por su obediencia a la ley. Creer lo contario sería pervertir tanto la gracia como la ley. Sin embargo, al comprender la ley divina también como un regalo de Dios para la comunidad del pacto, nuestros antepasados bíblicos estaban comprometidos con la creencia que su relación de pacto basada en la gracia con Dios y entre ellos conllevaba la responsabilidad de practicar obedientemente los caminos de la fidelidad del pacto.
Al igual que su padre Abraham y su madre Sara, el pueblo del Señor luchó por confiar en el Dios del pacto con todo su corazón. Al volverse a otros dioses, construir ídolos, establecer gobernantes, hacer alianzas con naciones y participar en la opresión, la injusticia y la violencia, su relación de pacto correctamente ordenada con Dios y el prójimo se distorsionó y se rompió (es decir, ya no fue justa). Aunque el pueblo rompió el pacto con el Señor, el Señor se negó a alejarse de la comunidad del pacto. La gracia divina que había establecido el pacto en primer lugar continuó activa y llamando a la gente a arrepentirse, buscar el perdón y buscar la relación correcta. En el contexto de la infidelidad y rebelión de la comunidad, el perdón divino se convirtió en una parte integral de la restauración del Señor de la relación correcta en el pacto.
Como ha sido testificado a lo largo de las generaciones del pueblo de Dios, el Señor es misericordioso, clemente, lento para la ira, grande en misericordia . . . perdonando la iniquidad, la transgresión y el pecado (Éxodo 34:6-7). El carácter mismo de Dios está incorporado en la gracia divina que no solo establece una relación correcta sino que también restaura una relación correcta con Él.
Timothy Green es decano de la Escuela de Teología y Ministerio Cristiano Millard Reed y profesor de Teología y Literatura del Antiguo Testamento en la Universidad Nazarena de Trevecca en Nashville Tennessee, EE.UU.
Holiness Today, noviembre/diciembre 2020