Mi Historia
La congregación local en la que crecí practicaba el sacramento de la Santa Cena todos los domingos. No recuerdo qué edad tenía cuando empecé a participar, pero digamos que simplemente no recuerdo ningún momento en que no lo hiciera.
La celebración era exactamente igual siempre. Casi al final del servicio, el pastor se colocaba en la mesa de la Comunión, rodeado de ancianos y diáconos/diaconisas. Ahora mismo puedo cerrar los ojos y recitar la liturgia, no perfectamente, pero casi:
«La noche en que Jesús fue traicionado, tomó el pan y lo partió. Dando gracias, dijo: «Esto es mi cuerpo, partido por ustedes. Hagan esto en memoria de mí».
Un anciano oraba brevemente y con la congregación comíamos en silencio el pan, seguido de la bendición de la copa:
«Del mismo modo, después de la cena, Jesús tomó la copa. Esta es la copa del nuevo pacto en mi sangre. Bébanla en memoria mía. Porque todas las veces que coman el pan y beban la copa, la muerte del Señor anuncian hasta que vuelva».
Algunas veces el pastor nos exhortaba, en tono de advertencia, a no participar sin antes examinar nuestros corazones. En esos momentos, él (y más tarde ella, porque en mi adolescencia el pastor era una mujer) nos recordaba la advertencia de Pablo en 1 Corintios 11 de que recibir la Cena del Señor era un asunto muy serio.
Cuando reflexiono sobre los años en que crecí en la iglesia, no estoy segura de poder recordar los detalles específicos de un solo sermón, aunque escuché muchos sermones excelentes pronunciados por predicadores profundamente teológicos. (¡Caramba! Lo siento, pastores... Reconozco que predicar la Palabra de Dios es también un medio de gracia¡). Pero, para mí, el acto de centrar mi corazón cada semana y recibir la Santa Cena fue la experiencia espiritual más formativa en mi vida congregacional con Jesús. Mientras sostenía el pan y el jugo, reflexionando sobre el cuerpo y la sangre, el Espíritu sellaba para siempre en mi mente y en mi corazón el amor sacrificado de Cristo y el costo del discipulado. Aquellos fueron momentos sagrados en los que Dios me transformó.
Los escritores de esta edición de HT me inspiran a reflexionar más profundamente sobre lo que significa vivir el santo misterio de una teología sacramental. Gracias, colaboradores, por ayudarme a aprender de nuevo que los sacramentos son un signo exterior de una gracia interior, signos de la presencia sagrada de nuestro Dios en medio de nosotros hoy.
«Un sacramento... es un signo sagrado y visible o una señal y un sello instituido por Dios, en el cual, Él ratifica con Su pueblo del pacto, la promesa de gracia propuesta en Su palabra, y por otra parte, los compromete al cumplimiento de su deber» (Jacobo Arminio).
Bonnie Perry es editor en jefe de Holiness Today.