Nuestro mayor deleite
Gastronómicamente en todas las culturas tenemos nuestros potajes favoritos. Son sabores y olores que nos transportan a los mejores momentos que disfrutamos en la vida con la gente que amamos. A pesar del tiempo y la distancia no nos olvidamos de esos momentos que están grabados en nuestra memoria, y cuando saboreamos uno de esos platillos, evocamos nuestros más lejanos recuerdos y nos deleitamos.
¿Cuál es el deleite del creyente? ¿qué es lo que más nos debería agradar?
En uno de los salmos que el rey David escribió hizo la siguiente declaración: “A mí me agrada hacer tu voluntad, Dios mío; ¡llevo tu enseñanza en el corazón! (Sal. 40:8 DHH).
Ciertamente en el camino cotidiano de la vida y frente a las decisiones que debemos tomar, muchas voces libran batallas en nuestra mente. Nuestra voluntad se quiere imponer obstinadamente porque consideramos que la experiencia nos ha facultado para decidir lo que es mejor; por ello, nos resistimos a rendir esa voluntad y descansar en que el propósito de Dios es siempre perfecto. Nuestro ego reclama la independencia de Dios y se niega a dejar de gobernarnos.
Este salmo mesiánico[1], nos enseña que la adoración auténtica no se caracteriza por el cumplimiento de las ofrendas y sacrificios (vs. 6-7), sino por deleitarse en obedecer a nuestro Creador. Esa fue la decisión de Jesús que se evidenció en Getsemaní en camino a la cruz (Mc. 14:36). Hacer la voluntad de Dios requiere conocerla previamente y sobre todo aceptar que El tiene un plan para cada uno de nosotros (Sal. 18:30; 138:8). Eso demanda una fe que se traduzca en la rendición de nuestra propia voluntad. El egoísmo que anida en el corazón humano se convierte en la frontera más rebelde que se rehúsa a doblegarse ante la soberanía de Dios. La vida cristiana se trata fundamentalmente de reconocer que la declaración del señorío de Cristo implica la muerte de nuestro yo. Eso significa “negarse a sí mismo” (Lc. 9:23) que fue la demanda de Jesús a los que querían ser sus discípulos. El apóstol Pablo lo testificó así: “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí” (Gal. 2:20 NVI).
El salmista no solamente nos habla de la importancia de hacer la voluntad de Dios con pesar o resignación, sino a deleitarse en ello. ¿Cómo es posible vivir así? ¿Qué nos permite anteponer nuestra voluntad con agrado frente al designio divino? El mismo versículo 8 nos da la clave para comprender esa posibilidad: “…tus enseñanzas están escritas en mi corazón” (NTV). Es decir, existe una correspondencia entre el hacer la voluntad de Dios y atesorar las verdades de la Palabra. A medida que grabamos las enseñanzas de la revelación bíblica en nuestra vida el Espíritu nos ayuda a descubrir el carácter de un Dios santo y amoroso que tiene pensamientos de bien para nosotros (Jer. 29:11; 31:3; Rom. 8:28). Eso alimenta nuestra fe, incrementa nuestra confianza y genera gozo en medio de nuestra obediencia.
John Baillie escribió un libro devocional de oraciones, en el cual incluye una plegaria a Dios que también podríamos hacerla propia: “No dejes que albergue en mi corazón nada que pueda impedir tu presencia; que ningún rincón pueda estar cerrado a tu influencia. Haz lo que quieras conmigo, oh Dios; hazme como Tú quieras, transfórmame conforme a tu voluntad, mírame según tus propósitos, aquí y en la vida más amplia del más allá; por Jesucristo nuestro Señor. Amén”.[2]
Cuando atesoramos Su Palabra en nuestro corazón y rendimos nuestra voluntad a Dios nos agradamos en obedecerle porque tenemos la certeza que bajo Su dirección caminamos seguros y con una esperanza eterna. ¡Ese es nuestro mayor deleite!
[1] Los versículos 6-8 de este salmo son usados en Hebreos 10: 5-9 para referirse a Cristo. Purkiser. W.T. Salmos. Comentario Bíblico Beacon. Tomo III. (Kansas City: Casa Nazarena de Publicaciones, 1982). p. 230.
[2] Baillie, John. Diario de Oración privada. (México: Casa Unida de Publicaciones, 1979). p. 60.
Jorge Julca es presidente del Seminario Teológico Nazareno en Pilar, Argentina, y coordinador regional de educación para la Región de América del Sur.