MARTES: Discurso del Monte de los Olivos

MARTES: Discurso del Monte de los Olivos

Los acontecimientos del martes y el Discurso del Monte de los Olivos están registrados en Mateo 21:23-26:5; Marcos 11:20-13:37, Lucas20:1-21:36; y Juan 12.

  • Jesús y sus compañeros regresan a Jerusalén. En el camino pasan junto a la higuera, que se ha secado. Jesús habla a sus discípulos sobre la importancia de la fe.
  • En el templo, los lideres religiosos intentan engañar a Jesús con una serie de preguntas especialmente relacionadas con su autoridad. Él responde y luego cuenta parábolas que hablan de su papel como mesías e Hijo de Dios. Los líderes están furiosos y Él los condena.
  • Jesús predica a las multitudes.
  • Jesús lleva a sus discípulos al Monte de los Olivos, donde pronuncia el discurso del Monte de los Olivos que describe la destrucción del tempo en Jerusalén y el fin de los tiempos.
  • Usando parábolas y lenguaje figurado, Jesús describe eventos futuros, incluida su segunda venida y su juicio final.
  • Por la tarde, Jesús regresa a Betania. Una mujer rompe un frasco de alabastro y unge a Jesús con un perfume muy caro.
  • Judas Iscariote negocia con los líderes religiosos para traicionar a Jesús.

Estando Jesús en Betania, en casa de un hombre conocido como Simón el Leproso, se le acercó una mujer con un frasco de alabastro lleno de un perfume muy caro y lo derramó sobre su cabeza mientras estaba reclinado a la mesa... ‘ella me ha hecho una cosa hermosa’, [dijo Jesús] . . . . Ella ungió mi cuerpo de antemano, preparándolo para la sepultura”. Marcos 14:3-8.

 

¿Te imaginas recibiendo un mensaje sobre un evento futuro que sabes que proviene de fuentes creíbles? ¿Qué harías con ese conocimiento? ¿Miras a menudo el pronóstico del tiempo? ¿Cuánto cambian tus planes debido al pronóstico?

El discurso de Jesús en el Monte de los Olivos el martes de Semana Santa se conoce como el “Discurso del Monte de los Olivos”. Sus instrucciones son como una “alerta de noticias de última hora”, presentando a sus discípulos y a nosotros una conciencia de su esencia mesiánica e iniciando la cuenta regresiva para su segunda venida. Los Evangelios presentan el Discurso del Monte de los Olivos en Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21. Jesús ofrece nueve temas en el discurso. Nos centraremos concretamente en el primero: Jesús prediciendo la destrucción del Tempo de Jerusalén. La destrucción ejemplifica el fin de una era para el pueblo judío y conduce a una nueva comprensión de la morada de Dios entre su pueblo y en sus corazones basada en la muerte y resurrección de Jesucristo.

El Templo era la representación central de los poderes religiosos, políticos y sociológicos de la época a los que Jesús enfrentó a través de la limpieza previa del templo (el lunes de la Semana de la Pasión) y la profecía sobre su destrucción. Estos actos establecen los requisitos para su Reino transformacional del “ya pero todavía no”: verdadera adoración y justicia.

En Marcos 13:1-2 encontramos la escena de la predicación del Templo: “Cuando Jesús salía del Templo ese día, uno de sus discípulos le dijo: Maestro, ¡mira estos magníficos edificios! Observa las impresionantes piedras en los muros. Jesús respondió: Sí, mira estos grandes edificios, pero serán demolidos por completo. ¡No quedará ni una sola piedra sobre otra” (NTV). La fascinación de los discípulos por el templo y la respuesta de Jesús impulsan el discurso del Monte de los Olivos.

Me imagino que para los discípulos esta fue una declaración impactante. Desde pequeños habían venido a Jerusalén todos los años, observando el progreso de la construcción del Templo Herodiano. Lo admiraban y reverenciaban en sus visitas a Jerusalén. Este anuncio inesperado profetizó la destrucción del Templo por parte del Imperio Romano en el año 70 d.C., un acontecimiento catastrófico para el judaísmo. El fin del templo no fue solo una cuestión del fin de una magnifica estructura arquitectónica, sino del severo golpe a la fe judía, su historia y su conexión con Dios.

El Templo había sido el centro del culto judío y de la identidad nacional, la residencia de Dios en la tierra. Jesús no sólo estaba profetizando acerca de un acontecimiento histórico sino que también estaba proporcionando una profunda verdad espiritual. Nos enseñó que si bien las estructuras y los sistemas son necesarios para cumplir el propósito de una organización, nunca son la meta.

En el Discurso del Monte de los Olivos, especialmente en la profecía de la destrucción del Templo, queda claro que las amenazas más peligrosas para una institución ocurren cuando su enfoque y esfuerzos radican en mantener estructuras y sistemas, en lugar de promover su propósito, misión e identidad.

En la época de Jesús, el Templo y sus sistemas se habían convertido en el fin, no el medio, para adorar a Dios. El Templo se convirtió en una organización egoísta, autosuficiente y de autoservicio que olvidó su propósito. La mayoría de los líderes religiosos de la época estaban más centrados en mantener su imagen y el status quo que en verdaderamente comprender y seguir la voluntad de Dios para usar sus recursos como medio para lograr el fin de dar a conocer a Dios a las naciones. El Templo, el oficio del sacerdocio, el sistema de adoración y sacrificio se convirtió en el propósito de Israel, en lugar del mandato bíblico de ser luz para las naciones (Isaías 42:6; 49:6; 60:3; Salmo 67:1-2; Hechos 13:47).

La advertencia de Jesús al predecir la destrucción del Templo se relaciona con nosotros como organizaciones cristianas. Cuando nosotros como denominación, nuestras iglesias y nuestros sistemas (por más necesarios y críticos que sean), dedicamos la mayor parte de nuestra atención a nuestros medios en lugar de proclamar y vivir nuestro propósito podemos dejar de existir o convertirnos en simplemente otra  institución genérica siempre muy ocupada. Jesús llamó a sus seguidores a centrarse en el amor, la justicia y la difusión del evangelio, no en mantener estructuras religiosas.

El Manual de la Iglesia del Nazareno es claro acerca de nuestra misión y nuestro propósito.

“Nuestra denominación acta al llamado bíblico a una vida santa y de devoción entera a Dios, lo cual proclamamos mediante la teología de la entera santificación” (Manual, Declaración Histórica, página 16).

Nuestra Misión, ante todo, es “Hacer Discípulos semejantes a Cristo en las naciones”, incorporar a los creyentes al compañerismo y a la membresía (congregaciones) y equipar (enseñar) para el ministerio a todos los que respondan con fe. El objetivo final de la “comunidad de fe” es presentar a todos completamente maduros en Cristo (Colosenses 1:28) en el último día (Manual, preámbulo del Gobierno de la Iglesia, P. 64).

Jesús declaró: “Destruyan este Templo, y lo levantaré de nuevo en tres días” (Juan2:19). Su declaración no se refiere al templo físico. Se refería a su cuerpo físico. Jesús reintrodujo una realidad del Antiguo Testamento, refiriéndose a la creación original de Adán, en la que la presencia íntima de Dios era la realidad de cada día. La “propia Imagen” de Dios vivió en Adán (Génesis 1:27). Jesús estaba preparando a sus discípulos para comprender que su muerte y resurrección allanarían el camino para que Dios habitara no en edificios sino dentro de los propios creyentes (Hechos 7:47; 17:24).

Jesús como nuevo templo personifica la realización más elevada del propósito del templo. Sus enseñanzas y acciones demuestran que la verdadera adoración a Dios no se basa en un lugar o sistema físico, sino en una relación amorosa y transformadora con Dios a través de él. Jesús se convirtió en el mediador, reemplazando las viejas estructuras por sí mismo, como el nuevo camino hacia Dios.

El Discurso del Monte de los Olivos, especialmente la predicción de la destrucción del Templo, es un recordatorio eterno para que todos los creyentes prioricemos nuestra misión y propósito. Si bien las estructuras y los sistemas son herramientas que nos ayudan a difundir nuestra fe, propagar nuestra identidad y mantener una iglesia coherente y organizada, estos nunca deberían eclipsar los principios fundamentales del cristianismo. El mensaje de Jesús sigue siendo relevante para las organizaciones cristianas de hoy, presionándolas a estar alerta y asegurando que los medios para practicar la fe nunca se conviertan en el fin en sí mismo, sofocando la intimidad y el crecimiento y obstaculizando nuestro verdadero propósito.

En nuestras iglesias locales debemos recordar que las estructuras del Templo y los sistemas que sustentaba fueron derribadas. Aún así, las piedras vivas de la iglesia, las comunidades de creyentes, continúan llevando a cabo el propósito de Dios.

Christian Sarmiento es Superintendente General de la Iglesia del Nazareno.

Public