Un Llamado a la Adoración
Mi esposa, Debbie, entregó su vida a Cristo el segundo domingo de noviembre de 1988. Acababa de graduarse con una licenciatura en comunicaciones, estaba trabajando en un nuevo y emocionante trabajo de televisión en Seattle y se estaba preparando para casarse con su novio de la universidad. Para una joven de 22 años, las piezas de la vida estaban encajando bastante bien. Sin embargo, todavía faltaba algo.
Una noche, en el camino a casa después de trabajar en el centro de la ciudad, tomó la salida equivocada de la autopista y pasó por la Iglesia del Nazareno Aurora de Seattle. Su atención se centró de inmediato en el nuevo edificio y, en particular, en el hermoso vitral. Decidió convertir el error en su orientación de ese día, en un hábito. Un día, mientras conducía para volver ver la iglesia, vio a dos hombres que colgaban un letrero que decía algo así como: “Todos son bienvenidos. Nuestra Iglesia Puede ser Su Hogar. El Horario de los servicios del Domingo es…” En ese momento tomó la decisión de visitarla pronto.
Ese primer domingo que asistió, llegó fuera de tiempo. El letrero que vio (que nunca existió) aparentemente la invitaba a venir justo en medio de la Escuela Dominical y casi una hora antes de que comenzara el servicio de adoración. Un anciano en la puerta le dio la bienvenida y pasó varios minutos mostrándole los alrededores y haciéndola sentir como en casa. Otra familia invitó a Debbie a sentarse con ellos durante el servicio; pero se sentaron demasiado cerca del frente afectando la comodidad de alguien que había ido a la iglesia solo unas pocas veces. Así que rechazando amablemente la invitación. Debbie se sentó en la parte de atrás.
Durante todo el servicio, Debbie sintió que algo le daba tirones en el corazón. El sermón predicado por mi padre, parecía estar exactamente dirigido a ella. Cuando concluyó el mensaje y el altar estaba abierto con una invitación a orar, sin saber muy bien qué hacer o decir, Debbie dio un paso adelante y se arrodilló en oración y recibió una nueva vida en Cristo Jesús. El resto como dicen, es historia.
Nunca me canso de contar o escuchar el testimonio de Debbie acerca de cómo llegó a la fe. Es una historia asombrosa de redención y ha tenido implicaciones significativas no solo para ella, sino también para cientos de otras personas, incluyéndome a mí. Sin embargo, quiero retroceder un poco y hacer algunas preguntas teológicas interrelacionadas sobre su experiencia. Me pregunto acerca de este tipo de cosas: ¿Cómo actuó el Espíritu de Dios en la fe de Debbie? ¿Qué papel jugó su propio libre albedrío y toma de decisiones en su conversión? ¿Por qué ese día, ese lugar y ese momento?
Hay algunas tradiciones teológicas que responderían a esas preguntas de la siguiente manera: Debbie llegó a la fe el 13 de noviembre de 1988, porque Dios había predeterminado ese día, quizás antes de los cimientos de la creación misma, para que ella recibiera Su Gracia. La historia de salvación que Dios está escribiendo, afortunadamente la incluye a ella, en ese momento y en ese lugar, el amor y la gracia irresistibles de Dios capturaron su corazón y su vida.
Los creyentes en la tradición wesleyana encontrarán que la gracia preveniente (la presencia llena de gracia y amor del Espíritu de Dios que universalmente va en busca o adelante de todas las personas, atrayendo a todas las personas no solo a Dios sino a los propósitos de Dios) es la respuesta a mis preguntas. Esa gracia había estado presente en cada momento de la existencia de Debbie. Durante 22 años, el Espíritu de Dios había estado encontrando formas de amarla, de atraerla para que respondiera con fe a la gracia redentora de Dios. En esta historia en particular, la gracia preveniente de Dios se puede ver en el alma inquieta de Debbie, dos hombres que nunca conocimos y un letrero que nunca existió, la cálida hospitalidad de un anciano, el escuchar la Palabra, las ideas frescas de un sermón bien elaborado, y el suave tirón del Espíritu sobre su corazón para responder. Dios nunca obligaría a Debbie a servirlo y adorarlo, pero sin Su amorosa invitación, ella no podría haberlo conocido ni habría podido responderle.
Aunque la historia de conversión de Debbie es bastante dramática, no está muy lejos de lo que sucede cada semana cuando el pueblo de Dios se reúne para adorar. Estamos convencidos de que el pueblo de Dios no se reúne simplemente por costumbre o por compromiso de la voluntad; en cambio, están respondiendo a la voz del Espíritu para adorarlo. El llamado aparece incluso antes de que comience el servicio y suena más o menos así: “Vengan, postrémonos reverentes, doblemos la rodilla ante el Señor nuestro Hacedor” (Salmo 95:6). Y se responde de esta manera: “Yo me alegro cuando me dicen: “Vamos a la casa del Señor” (Salmo 122:1).
Los servicios o liturgias que comienzan con un llamado a la adoración intentan reconocer y admitir la presencia preveniente de Dios. La adoración no comienza con la voz de un pastor, el saludo de un vecino, o incluso el canto de un coro o equipo de música. Dios inicia la adoración. Personalmente, creo que esta práctica particular en la adoración es significativa y útil porque nos recuerda que somos parte de una familia divinamente iniciada y no de una institución o club al que nos hemos unido. Estamos llamados a una misión diversa y santa y no a una reunión de personas que se reúnen por el nombre. En y a través de la adoración, nos acercamos a Dios que desea formarnos para experimentarlo como Aquel digno de ser adorado. Y mientras adoramos reconocemos la presencia única y, a menudo, misteriosa de Dios. La adoración entrena nuestros ojos espirituales para reconocer la presencia de Dios que estaba allí antes de nuestra llegada y para reconocer esa misma presencia que nos precede a lo largo de toda la vida.
Varios años después de llegar a la fe en Jesús, mi esposa trabajaba en los estudios Warner Brothers en California. Con frecuencia, los amigos cristianos compartían lo agradecidos que estaban de que ella estuviera trabajando allí para poder “infiltrarse en la industria de la televisión para Jesús”. Su respuesta habitual fue que no sentía la necesidad de infiltrarse en el estudio o asaltar las puertas de la industria. Por otra parte, era muy consciente de que la misma presencia de Jesús iba siempre delante de ella cada día. Su trabajo no era luchar y “recuperar el espacio” del que Dios había sido removido. En cambio, había sido llamada a reconocer y responder con fe al movimiento de Dios que ya llenó los estudios e impactó a las personas presentes.
Dios nos enseña a tener la actitud correcta de adoración. Su gracia nos entrena para escuchar y responder a Su voz para que luego podamos ir al mundo y darle la gloria.
T. Scott Daniels es el pastor principal de la Iglesia del Nazareno en Nampa College, Idaho, EE.UU.
Santidad Hoy, septiembre/octubre 2020